Quién se fija en la ventana




El extraño,

que en alguna edad, en algún cielo mentido, fue habitante.



Sus días bajan despacio porque sufren de vértigo. Despacio hasta que se encuentran con el amanecer, donde estallan o se mueren.

Esa tarde, ella esperó en la ventana a que se hiciera el crepúsculo.
         Así fue, a pesar de la bruma.

Éste llegó, cumplió su cometido y la abandonó, ahí, aguardando en la ventana.

Ya en la noche, la luna llena se impuso.
         Los habitantes extraños comenzaron a llegar.

En frente, se encendió una luz roja que le recordó a Roxanne.
         Pero ella ya no estaba ahí. Ella no era una extraña.

El reflejo insinuó la botella de algún trago, de alguna edad. El habitante entró y a través de la cortina ella lo imaginó.

El humo se empezó a mover dibujando su rostro, entonces supo que él era joven.

Pensó que quizá, la luz roja eran sus ojos. Que como los de un gato, se transformaban de color en la sombra.

Deseo poder verlos y renovar su obsesión por los gatos.

Trastornar su soledad.
Ver más allá del cigarrillo, que iba,
de una mano a la otra,

que parecía infinito.

Que se parecía al tiempo.

Al olvido.


El habitante permaneció sentado mientras que ella lo miró ta-ra-re-an-do una canción.

         Alguna edad del rock, o un son, que se atascó en su garganta.

Después, el habitante habló. Su voz no se parecía a la de ningún fantasma, así que lo escuchó.

Le contó de sus viajes.

Entonces el horizonte se hizo más extenso en su ventana. Los caminos que narraba reemplazaron los cielos perdidos, el vacío se empezó a llenar de letras de diferentes matices y las horas se deshicieron sin que ella lo sospechara.

A tumbos perdidos caminó líneas enteras sobre las manos de ese extraño. Creyó beber de su trago y adivinar el movimiento de su cigarrillo mientras lo acompañó:

Primero a bajar las escaleras de puentes olvidados.
         Y siempre hay tiempo para extrañar los puentes.

Luego a subir una montaña, dónde un viejo con barba de muchacho, esperaba en el umbral para avisar que varios ya habían desandado el camino a botes.

         Que no se debía confiar en la Luna Llena.

         Que la hiena adora visitar a la Luna Llena.

La voz del extraño tejió una telaraña y la niebla circundó las flores en el viaje,

hasta que conocieron las violetas, las mismas que alguna vez amó un Principito.

Los colores se inventaron sin el sol y desembocaron en un laberinto, donde finalmente, él la llevo a conocer su espalda.

         En donde lo hizo su cómplice.

                En donde había una grieta, como de una isla.

                       En donde recordó una canción que hablaba de una que era azul.

                             En donde dibujó su nombre para que supiera que lo había visitado.

                                     Donde la alquimia sucedió y el vació rebosó rompiéndose en mil

P

       e

              d

                   a

                          z

                               o

                                        s.

Quedó el cielo craquelado con un nuevo color.

         No el de sus ojos, o no sabe.

Él nunca corrió la cortina, ni confesó su nombre real.


A Ella no la dejaron hablar, y ya satisfecha, la luna se esfumó con el extraño,

entre el violeta moribundo de la noche y el azul renovado de un nuevo día,

que baja despacio, porque sufre de vértigo.

Despacio hasta que se encuentre con el amanecer, que a pesar de la bruma,

se rompió en mil islas blancas y la luz de un nuevo color:

Los regalos de las ventanas que ella sólo se imaginó, o se soñó.

Los regalos de los habitantes que siempre serán extraños.

http://www.youtube.com/watch?v=2_AOoi7Gx-o

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